En las organizaciones, tenemos tantas
normas, reglas, leyes e ideas de cómo han de ser y hacerse las cosas que cuando
no suceden como queremos, nos angustiamos y sufrimos volviéndonos incapaces de
ver ni abrirnos a la incertidumbre o nuevas posibilidades y oportunidades que las situaciones nos traen.
Nos dedicamos a quejarnos, lamentarnos
y nos paralizamos pensando en lo que pueda suceder, soñando con que alguien
venga a salvarnos.
Llevamos repitiendo lo mismo hace
por lo menos 40 años actuando de forma automatizada,
como teledirigidos. Es evidente que necesitamos un cambio, un cambio en nuestra
actitud, personas vivas, apasionadas y conectadas emocionalmente con quienes realmente somos debido a nuestro ilimitado potencial y con lo que hacemos mejorando vidas.
Si queremos que la gestión del cambio en la organización sea
fructífera hacen falta menos reglamentos y dar a entender que cada persona es
importante y que cada un@ se va a llevar una dosis de gozo, de complacencia, de
diversión.
Para ello es fundamental no caer en estereotipos o modelos porque
nos puede pasar lo siguiente:
Queda claro que los entornos participativos generan confianza y la
confianza genera compromiso, ahora si detrás de esa confianza no hay claridad, no
se sabe qué sentís qué es la organización, porqué hacéis lo que hacéis, hacia
dónde vais y para qué, la confianza es un
desastre porque provoca que germine la falta de respeto, la frialdad, la individulidad, conllevando el deterioro, el desgaste y poniendo en
peligro la sostenibilidad de la organización.
Otro modelo que se suele seguir es cuando la alta dirección se
centra en aspectos únicos y concretos como los resultados económicos o el
beneficio que proporciona a la comunidad o el desarrollo personal y profesional o subidas
salariales, gratificaciones o se centran exclusivamente en el cliente para que
tengan una experiencia novedosa, de calidad, un valor añadido o en el equipo
creando entornos de relaciones más agradables, amistosos y creativos o en el
impacto sobre el medio ambiente.
Todos somos distintos y nos conmueven o atraen diferentes cosas.
Por lo que si queremos personas en nuestros equipos ilusionadas y
motivadas hemos de hacerles partícipes aportando qué les mueve, sumarlo, unirlo
en conjunto y ponerlo en práctica entre todos e ir percibiendo la huella que va dejando, el interés, la devoción
que despiertan y qué grado de satisfacción aportan tanto internamente como
externamente.
Cómo vemos es necesario creer en las personas, un profundo conocimiento
organizacional, que brote un sentimiento de orgullo de pertenencia, dotar de sentido
a lo que hacemos y aunar a todos en la misma dirección, es decir, inspirar confianza y para inspirar confianza no hay modelos a
seguir ni formas concretas sino que es
cuestión de investigar, qué es lo que sirve y lo que no. Extender entornos dónde
las personas se descubren, se desarrollan y crecen, sintiéndose libres de
compartir ideas, mejoras de trabajo, de producto...
Así nadie tendrá que venir a salvarnos porque al sentirnos
incluidos, tenidos en cuenta y respetados estaremos todos despiertos y abiertos a la
incertidumbre, a las nuevas oportunidades y enfocad@s en dar lo mejor de nosotr@s
mismos, que es lo que nos da verdadera satisfacción.
El caballo proyecta cualidades y valores que conectan con nuestra
humanidad, interactuando con ellos podemos experimentar lo que nos funciona y
lo que no de forma espontánea y natural. Crear entornos de participación, de
observación, de escucha e investigación.
Es un aprendizaje innovador y revelador guiados por la
inteligencia de la naturaleza.
Con agrado,
Marianne G.S.
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